Cuando el foco de atención llegue a ti, respira antes de responder. Procura pronunciar y articular bien, es como un círculo virtuoso: si respiras profundo y cuidas tu pronunciación, hablas un poco más lento y tienes más control sobre los nervios. Cuando hablamos muy rápido tendemos a subir el tono de voz y a quedarnos sin aire, lo que a su vez puede subir los nervios y la ansiedad.

Controla tus pensamientos, saca de tu vocabulario críticas a ti mism@. Procura desinflar los comentarios negativos apenas aparecen. Si llega un pensamiento como: “¿por qué dije eso?” o “que tontería lo que dije”, evita seguirle el hilo. Haz una pausa, respira profundo, y enfócate en la idea que sí o sí quieres transmitir y espera al mejor momento para intervenir otra vez.

Mide la temperatura de la conversación antes de intervenir. Controla el impulso de decir lo primero que te viene a la mente. Como dice el refrán, “a pocas palabras, buen entendedor”. Enfócate en cultivar una imagen de buen escucha, y elocuente al hablar, en lugar de alguien que interviene sin agregar valor.